martes, 20 de diciembre de 2011

Juzgarse

La vida es más sencilla cuando vuelves a casa cada día pensando en lo que no te gusta que has tenido que hacer o pensando en lo que te gusta que has hecho. La dificultad recae en volver a casa y pensar en las connotaciones negativas de las cosas que has hecho porque realmente te gusta hacerlas. La dificultad recae en ser suficientemente humilde como para preguntarse (¡y responderse!) si las cosas que no te gustan que has hecho son como son, o han sido como han sido, por culpa de uno mismo o, al menos, qué grado de culpa se tiene.

El día, el calor, la lluvia, el trabajo, las condiciones del trabajo, el tráfico, los compañeros, la presión del jefe, las averías, renfe, la mala educación, el mal día de la pareja, los políticos, el sistema político, el sistema económico, la crisis, la enfermedad del familiar, las deficiencias, las personas de hoy en día, la sociedad de hoy en día, una mala época, la falta de ética, la costumbre, la naturaleza humana.
El resto. Todo lo que no controlo. Ellos. Lo otro. El destino. El ambiente. Dios.

¿Cuántas veces al día pensamos y reflexionamos sobre nuestra parte de culpa en todo lo que pasa?
¿Cuántas veces nos perdonamos a nosotros mismos?
¿Qué nos perdonamos?
¿Qué perdonamos a los demás?

Nuestra piel es una frontera mucho más potente de lo que parece. No sólo delimita un ser con el resto del todo. No sólo crea la individualidad.
Nuestra piel es, además, una frontera ética, moral.
Nuestra piel delimita un espacio, una entidad donde, hacia dentro, se permite casi todo.

¿Y por qué?

Pues yo creo que porqué es más fácil cambiar de ética o adaptarla que no juzgarse a uno mismo. Pues porque es más fácil perdonarse que castigarse.

Nadie quiere encontrarse cara a cara consigo mismo. Todo el mundo sabe que uno mismo es su propio juez, el que conoce las verdaderas intenciones, a quien no se puede engañar.
Y, confesémoslo, muchas veces actuamos y hacemos cosas que, en el fondo, sabemos perfectamente que no son justas, éticas, o que no aceptaríamos a nadie más.

El filtro de selección y de exigencias que nos ponemos a nosotros mismos es tan y tan bajo a la hora de la verdad y en comparación con el que ponemos y exigimos a los demás…

Quizá la verdadera honestidad consiste en intentar reducir distancias entre las exigencias y permisos que nos damos a nosotros y los que damos al resto.

Tal vez la mejor manera de valorar una persona no sea tanto en el número de puntos éticos o morales que compartimos, sino la capacidad de mantenerse incorruptible uno mismo frente a su ética o moral propia.

Os dejo unas de las frases que me han hecho pensar y terminar haciendo este escrito:

“Perdonamos fácilmente a nuestros amigos los defectos en que nada nos afectan.”
François de la Rochefoucauld

La otra no la encuentro, pero decía más o menos:

“Todo el mundo entiende que haya normas que todos deben cumplir, pero también todo el mundo se siente especial para ser la excepción y saltárselas.”

Oriol Talló Parra (31-07-2010; 20:21)

lunes, 21 de noviembre de 2011

Teoría sobre la felicidad

En el anterior post (titulado “La felicidad es una elección”) intenté hablar del concepto de la felicidad. Bueno, no, miento. Intenté hablar de cómo conseguir la felicidad. Y hablando del tema, resumido quizá con la frase “La felicidad no será, nunca, nada que no puedas conseguir”, surgieron comentarios y conceptos muy y muy interesantes. Porqué quizá la importancia a la hora de reflexionar no recae tanto en qué es la felicidad o cómo se consigue, sino que tal vez la clave sea qué camino hay que recorrer o, mejor dicho, a qué distancia de la felicidad nos encontramos.

Como muy bien exponía Joel (ver http://mendoloiro.blogspot.com/2010/07/teoria-sobre-la-felicitat.html -comentarios en catalán) podríamos discutir horas y horas sobre qué es la felicidad, si la felicidad son momentos (no recuerdo quién lo dijo), emociones, situaciones, etc. Debido a la increíble y habitualmente olvidada subjetividad del lenguaje, intentaré englobar rápidamente a qué me refiero cuando hablo de felicidad en este post y en los que he escrito hasta ahora. Intento hablar de una felicidad más crónica, de una especie de bienestar maduro, continuo, rico y relativamente estable.

Y en hablar de intentar conseguirla, en el post anterior, y gracias a los comentarios, acabé vomitando un post que para mí fue importante: cómo descubrir una manera de explicar un concepto que tenía dentro de mi cabeza y no terminaba de saber cómo explicarlo en palabras.

Aquí os dejo, pues, otra parte de mi teoría sobre la felicidad:

Lograr la felicidad es un concepto abstracto pero que podríamos simplificar en un número. Un número determinado al que, una vez llegas allí, aceptaremos que uno es feliz.

¿Pues bien, cuál es este número? ¿Qué condiciona este número? ¿Partimos siempre des de cero? ¿Qué condiciona des de donde partimos?

A ver, partiremos de un número como por ejemplo el 100. Llegar a 100 significa, grosso modo, ser feliz.

Bien, ¿qué nos condiciona a lograrlo? Si pensamos que la felicidad solo se puede conseguir con una actitud correcta (de lo que va precisamente el post anterior) no podemos negar que hay gente que tiene más facilidad para afrontar con una actitud alegre-abierta-¿correcta? La vida y, por lo tanto, llegar a la felicidad.

¿Qué condiciona esto? Yo creo que es un conjunto de la suma de una base genética (la existencia de caracteres distintos) + el ambiente (entendido como la suma de la educación, la suma de las experiencias pasadas que nos condicionan cómo afrontamos el presente, etc.) al que podríamos llamar CARÁCTER.

Yo creo que este carácter nos dictamina des de donde partimos, es decir, des de qué número empezamos para llegar al 100. ¿Hay gente de naturaleza alegre y positiva que tal vez parta des de 50, 70 u 80? ¿Y gente con un carácter más pesimista (motivado por una genética o por la suma de malas experiencias) que tal vez partan de 20, 10 o 0?

(Permitidme una pregunta freaky: ¿intervendrían aquí la serotonina y otras hormonas de la felicidad?)

Bien, tenemos que el carácter de una persona, sea el que sea y lo sea por las razones que sean, marca una predisposición para lograr el éxito, es decir, el número 100.

Pero bien, ¿y el ENTORNO DIRECTO? ¿Y el entorno que nos afecta al presente (aquí me desmarco del ambiente de que hablaba hace unos párrafos y que por eso he intentado diferenciar AMBIENTE/ENTORNO)?

Creo que podríamos integrar el entorno directo como el factor que condiciona el número a lograr. Es decir, que hasta ahora teníamos un nombre, el 100, que había puesto arbitrariamente. ¿Y si este nombre creciera o disminuyera en función de lo que nos pasa? Se te muere un familiar y el nombre pasa de 100 a 100000000 en un primer momento. Tal vez con el tiempo disminuya. Tal vez no. La persona de la que estas enamorado te dice que te ama. El número pasa de 100 a 0’1 en un flash!

Así pues, ¿todos partimos de un número determinado por nuestro carácter para intentar lograr llegar a otro nombre definitivo condicionado por lo que nos pasa alrededor? Sí y no.

Podríamos complicar la ecuación al hablar de si para cada cosa que nos pasa a cada persona el número variaría igual (¿te dice esa persona que te quiere y pasas del 100 al 0’1 o al 0’3? ¿todo el mundo baja igual?). O hablando de si el número determinado por el carácter es el mismo siempre o varía en función de la situación que debemos afrontar (¿una persona competitiva tendrá un +60 para emocionalmente superar un examen pero solo un +10 para aceptar la muerte de un familiar?).

Bueno, eso sinceramente se convierte en una paranoia prácticamente imposible de responder, al menos para mí. Pero también os confesaré que no me importa.

A mí lo que me importa es creer que, partiendo del número que se parta (la facilidad de cada uno), y teniendo de lograr el número que sea (las circunstancias o dificultades de cada uno), todos, absolutamente todo el mundo, puede conseguir llegar al número deseado y, por lo tanto, ser felices, con la madurez y la actitud correspondiente.

¿No os da una sensación especial de esperanza, de optimismo?

Oriol Talló Parra (5/7/2010; 20:02)

lunes, 17 de octubre de 2011

La felicidad es una elección

La felicidad…


Podríamos discutir sobre qué es la felicidad: ¿Una emoción, un sentimiento? ¿Un resultado positivo entre la suma de las cosas que percibimos y que individualmente consideramos (o mejor dicho, sentimos) como buenas/positivas menos las cosas que percibimos (consideramos, sentimos) como malas/negativas?


¿Es un estado momentáneo y pasajero de sobreexpresión de ciertas hormonas? ¿Una actividad cerebral determinada?


Pero no es de esto de lo que quiero hablar (al menos hoy). Quiero hablar sobre cómo lograrla.


Hace tiempo (bastantes años) que me vino a la cabeza una reflexión en forma de frase:


“La felicidad es una elección”


Una elección.


Con el paso de los años aún estoy más convencido de ello.


La felicidad no se logra sin la actitud correspondiente. Si no se está abierto a ser feliz, no se puede ser feliz.


Así pues, la felicidad es una elección. La elección de una actitud. De qué actitud se tiene respecto a la vida.


Al principio, creía que las personas podíamos conseguir todo lo que nos propusiéramos. Absolutamente todo. Creía que si no lo conseguías era porque no lo habías intentado lo suficiente. Tal vez no habías sacrificado suficientes cosas. Tal vez, si no lo conseguías, era porque realmente no era lo que más deseabas.


Con el tiempo he ido madurando, matizando, este pensamiento. Y, la frase, ha ido madurando conmigo.


Tal vez si quieres ser el número uno del mundo jugando al tenis no lo puedas conseguir. Tal vez si quieres enamorar a esa persona y estar con ella, no lo puedas conseguir.


Pero la madurez te enseña que la felicidad no se logra al ser el número uno del mundo, sino jugando al tenis, disfrutando el tenis. Y eso sí que, con práctica, puede hacerlo todo el mundo. La reflexión te enseña que si esa persona no está enamorada de ti, por mucho que te conozca y siga sin enamorarse, esa persona no te podrá dar todo lo que se busca en una pareja, en una relación.


Espero que el concepto se entienda, porque pensando en ello me inventé otra frase:


“La felicidad no será, nunca, nada que no puedas lograr”


Y esto es así porque con la actitud correcta, con una buena educación (sinceramente creo que la actitud con la que afrontamos la vida se puede aprender, sobretodo a base de buenos ejemplos) y dándole suficiente importancia a las reflexiones (es así como se madura, creo yo); cualquier persona puede lograr la felicidad.


Así pues, ¡actitud!



Tal vez todo sea cuestión de qué valoras más, si las cosas buenas que te pasan o las malas.


Las que haces o las que te pierdes.


Las que te hacen feliz o las que te lo impiden.



Oriol Talló Parra (05/06/2010; 18:12)

lunes, 3 de octubre de 2011

Frase (III):

"Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado."

Friedrich Nietzsche

miércoles, 28 de septiembre de 2011

No vivimos eternamente

[ RECUPERACIÓN ESCRITO FOTOLOG DE 2006 (más joven, más arrogante, más agresivo, pero aún estoy totalmente de acuerdo con lo que escribí) ]

Y no sé cuándo, no sé cómo ni por qué, pero llegará un día en que la palmaremos. No vivimos eternamente.

Moriremos y no seremos más que carne para aquellas larvas que tanto asco nos dan. Nos comerán los gusanos, que a la vez serán comidos por animales que a la vez serán comidos por otros animales, que al morir servirán de estiércol para plantas... y la vida seguirá su ciclo.

Y estoy convencido de que no hay nada más. Ni cielos ni infiernos. Ni reencarnación ni perdón ni castigo. NADA. No penséis... pero me recordarán... porque sí que lo harán, pero tú no estarás allá para darte cuenta, nunca lo valorarás...

Y sé que cuando estéis a punto de morir, siendo viejos o jóvenes, ricos o pobres, acompañados por todos o solos en la oscuridad, sea como sea, lo único que pensareis no será en haber follado más, en haber tenido más familia, en haber muerto más ricos, en querer morir en una habitación mejor o en no sufrir por el dolor. Lo único y jodidamente único en que pensareis será en si la vida que habéis vivido ha sido en mayor o menor medida la que habéis elegido. En si realmente cada elección que habéis tomado ha sido sincera con vosotros mismos; en si, en este camino que es la vida, podéis estar orgullosos de vosotros mismos.

Y os prometo que lo único que cambiaríais, no sería vivir más, no sería ser inmortal, únicamente seria cambiar todos aquellos momentos en que no habéis vivido como queríais por miedo, inseguridades o pereza.

Así pues... cuando exhaléis vuestro último suspiro... ¿QUE DIRÉIS?


... yo lo único que espero de mi mismo en esta vida es que la última frase que diga sea:

"No lo has hecho mal Ori... no lo has hecho nada mal por ser la primera (y única) vez..."



(Oriol Talló, 26-6-2006)

Frase (II)

"Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos"

Eduardo Hughes Galeano

jueves, 1 de septiembre de 2011

La bondad

La gente no es buena o mala. La vida, las personas, la ética y la moral son demasiado complejas como para poder clasificar a las personas en buenas o malas. Tampoco lo son los actos. No se puede entender la naturaleza de un acto sin comprender su contexto, la motivación. Y, sinceramente, dudo que ningún ser humano sea capaz de comprender el contexto global y completo que hace que otro ser humano elija o no realizar una acción. Dudo, incluso, que nosotros mismos seamos capaces de entender totalmente el porqué de lo que hacemos.
Así pues, la histórica (y muy usada) rápida selección de lo bueno y lo malo, queda un poco falta de cuerpo, de credibilidad.

¿Deberíamos clasificar los actos según la intención con la que se hacen? Sería complicado ya que las intenciones, pese a ser esenciales, comportan consecuencias que no siempre son las esperadas, tal vez por falta de atención o de ganas de esforzarse en cumplir correctamente esta intención. ¿Quedaría, pues, descrita la naturaleza de un acto en función de la intención? ¿o en función del esfuerzo invertido para que se cumpla? Entonces, ¿nos alejamos de la cuestión de lo que es bueno o malo al no hablar del acto en sí?

Yo creo que hay que ser humilde. Humilde y sincero. Y entender que los conceptos de bien y mal no son absolutos, no son universales. Hay que hacer un esfuerzo para reconocer que clasificamos los actos, sobretodo, en función de nuestra ética individual, en función de lo que nos aportan a nosotros (un acto es menos malo si el beneficiado de éste es uno mismo que si, en un acto idéntico, el perjudicado es uno mismo) o en función de los que nos han enseñado que debemos considerar como bueno o malo.

Es triste y frustrante, pero todo el mundo termina, la mayoría de las veces, barriendo para casa. ¿No os habéis encontrado varias veces defendiendo alguna postura sabiendo que podríais, perfectamente, defender la otra?

¿Cuántas veces habéis juzgado mal una persona por cómo se ha comportado con vosotros (seca, borde, sosa) aún viendo que con otras personas es encantadora?
¿Cuántas veces habéis estado seco/a borde o soso/a con alguien? ¿Os molesta que os juzguen rápido? ¿Creéis que juzgáis rápido?

La subjetividad es una realidad que solo podemos salvar de una manera: siendo perfectamente conscientes de ella.

Yo soy incapaz de resolver la gran problemática sobre los conceptos del bien y del mal. Sólo sé que es una de las grandes asignaturas pendientes que tiene el ser humano, y que hasta que se resuelva (que se resolverá), la humanidad seguirá teniendo problemas de convivencia.

No obstante, creo en la fuerza de la reflexión y en el poder de la empatía. Creo que todos somos más parecidos de lo que nos pensamos y que, si somos capaces de entendernos a nosotros mismos, de esforzarnos para entender a los demás, y si nos juzgamos, inevitablemente de manera subjetiva, pero de igual manera a los otros como a nosotros mismos, estaremos un poco más cerca de una verdad que nos hará más libres, más felices, más humanos.


Oriol Talló Parra (9/11/2009 22:51)


sábado, 20 de agosto de 2011

Frase (I)

- Ten claro esto: las cosas siempre podrán ir mejor y siempre podrán ir peor. Sé, pues, suficientemente humilde como para valorar lo bueno y valiente para mejorar lo malo.


Oriol Talló Parra

miércoles, 17 de agosto de 2011

Sobre el optimismo, el pesimismo y el realismo.

Toda la vida nos han acompañado estos tres conceptos. Optimismo, Pesimismo y Realismo. Des de hace tiempo, creo que el Realismo no existe.


Se tiende a utilizar el realismo como un punto medio entre un pensamiento (o pensador) optimista y uno de pesimista. También se utiliza como una justificación (- ¡Oh, pero qué pesimista! - ¡Que no, que lo que yo soy es realista!), como si el hecho de tener una visión más pesimista (normalmente) u optimista del supuesto punto medio dotase de menos credibilidad la reflexión o el pensamiento en cuestión.


Creo que se trata de un gran error.


Primeramente, hay que concebir qué es el optimismo y el pesimismo, y qué es la realidad. Tanto el pesimista como el optimista ven dentro de la botella la misma cantidad de líquido, la mitad. La diferencia entre el optimista y el pesimista no recae en la apreciación del que perciben. ¡No ven cantidades distintas de líquido! El que será completamente distinto será cómo ésta situación les causará una sensación o emoción totalmente (o ligeramente) dispares. Es decir, la “realidad”, la distancia a la que están el pesimista y el optimista de la realidad objetiva (salvando todas las limitaciones humanas sobre el conocimiento de lo que es real –lo llevan estudiando los filósofos durante toda la historia) es la misma, lo que cambia es como esta apreciación les hace andar, les hace pensar, les hace sentir!


¡Así pues, ser optimista o pesimista es igual de legítimo! Ser muy pesimista porque consideras que la botella está medio vacía (y consideras que el hecho de que quede el 50% es una dada de preocupación, de tristeza o malestar) o ser muy optimista porque ves en la botella medio llena una situación favorable, seguirán siendo posiciones, pensamientos, maneras de ver la vida, totalmente aceptables e igualmente realistas!


Si una persona cree que le irá bien el día y una cree que le irá mal el día (sean exactamente iguales las situaciones en la que se encuentran), estos pensamientos no influirán en como realmente irá el día. Obviamente en esta situación se podría comentar el poder de la mente (ejemplo: si crees que tienes un buen día, sentirás que tienes un buen día porque apreciaras más las cosas buenas que te pasen, te sentirás más seguro/a, etc.), pero esto no condicionará que te pueda atropellar un coche o no. No cambiará su probabilidad. Es decir, ser optimista o pesimista condiciona tu actitud y la predisposición de tu mente a percibir las cosas, pero no condiciona realmente lo que te pueda pasar alrededor, fuera de tu percepción.


Es por eso que hay que cambiar esta mentalidad generalizada que concibe el realismo (la actitud ni eufórica ni depresiva) como la más creíble, como la mejor a la que agarrarse, como la actitud a seguir. Que no nos engañe su nombre, el realismo esta tan cerca de la realidad verdadera como lo están el pesimismo y el optimismo. Incluso el pesimismo exagerado es una apreciación tan cercana a la realidad como lo puede ser el optimismo moderado, el pesimismo moderado o el optimismo extremo.


Las apreciaciones que tenemos de la realidad se basan en muchos factores (tu propia inteligencia, que te hayan enseñado a hacerlo, la honestidad, la capacidad de ser sincero con uno mismo, etc.), pero es un ámbito totalmente diferente a como estas apreciaciones condicionan tus emociones.
Los diversos grados de optimismo y pesimismo existentes no son actitudes que están en línea, luchando para acercarse al concepto inalcanzable de la realidad objetiva, sino actitudes situadas en círculo, equitativas al punto central, que condicionan según las personas y los momentos, los “destellos” de realidad que los tocan.


Es por esto que exijo la muerte del pesimismo y sobretodo del realismo, una actitud hipócrita que se ha apoderado de un nombre que no le pertenece. Y llamo al optimismo, a un optimismo constante, alegre, fuerte y estable. Un optimismo que no tenga miedo a ir lejos, a extremarse sin complejos.


Porque tengamos la actitud que tengamos ante la vida, frente a absolutamente todo lo que nos pase, nuestra respuesta será igual de legítima que cualquier otra. Exactamente igual de realista.


Aún así, si lo hacemos con optimismo, seremos pero que mucho más felices.



Oriol Talló Parra (29 de marzo de 2010; 21:55)

Últimos apuntes (ahora sí) antes de empezar.

He decidido que no voy a tocar un solo punto ni una sola coma, de los escritos originales.

Creo en la revisión de lo que uno escribe para conocerse a uno mismo y para mejorar lo creado, pero me parece que parte de la gracia de esto es que tanto "El somriure de Jun Rail" como "La sonrisa de Jun Rail" sean el mismo blog.


Pido por adelantado disculpas porque sé que se me colarán algunas faltas o algunas expresiones catalanas cutremente traducidas al castellano.



Oriol Talló Parra (17 de agosto de 2011; 13:03)

jueves, 28 de julio de 2011

En construcción...

Después de dejarme convencer (por madrileñas... ¡madre mía!) de que si realmente creía en la función de mi blog, éste debía escribirlo, también, en castellano, aquí tenéis el primer paso:

¡mendoloiroencastellano.blogspot.com ya está aquí!


Intentaré ir traduciendo mis escritos del catalán al castellano poco a poco (como comprenderéis, es menos estimulante que escribir reflexiones nuevas), así que ruego paciencia.


Para empezar, no encuentro ni la plantilla del diseño que usé para el original... aix...


Todo esto por juntar a un català con dos madrileñas en unas magníficas prácticas veterinarias...






Teresa, Laura: Espero que, al menos vosotras, le echéis un vistazo de vez en cuando...





Oriol Talló Parra (29/07/2011; 01:00)